Hippie Aburguesada...

(O sobre cómo mantenerse fiel a uno mismo sin morir en el intento...)

"Hippie aburguesada" me llama un amigo porque ya no tengo el pelo largo como solía; porque cambié los morrales de lana por las carteras de mano; porque ya no me pongo chalecos gigantescos; porque no uso más pulseritas de colores; porque ya no escucho a Sui Generis, a Cat Stevens o The Doors con la frecuencia de antes.
Dice que la sociedad me aburguesó, que me "vendí" por un sueldo estable, que me acostumbré a las tarjetas de crédito, a los cheques y a los almuerzos en restaurantes (... y yo me pregunto... ¿quién no se acostumbraría?)
Dice que por el tipo de trabajo que realizo, me he vuelto una burócrata [el estereotipo de funcionario público que siempre odié] y me da vergüenza reconocerlo, pero es así. Aunque corra todo el día de acá para allá intentando agilizar los trámites, hay cosas y situaciones que se escapan a mis manos.
Y yo le digo... "tienes razón, pero sólo en cuanto a mi apariencia externa se refiere. Son etapas de adolescente, con los años he ido creando mi propio estilo, juntando un poco de allá y otro poco de acá, volviéndome ecléctica"...
Pero él insiste en que he cambiado más allá de eso. Y medio a la defensiva, le respondo que, como todos, necesito estabilidad, necesito estar tranquila en ciertas áreas para poder crear con libertad, para poder desarrollar mis proyectos más personales; que no puedo vivir de los sueños, aunque quisiera. Pero que no me olvido de ellos, que los tengo ahí, dentro mío... latentes, esperando volverse realidades. Que estoy siempre mirando hacia adelante.

"Excusas, excusas" -dice él.

Y le contesto que quizás sea un tema de madurez. Que quizás recién hoy estoy aprendiendo a equilibrar mis gustos e intereses tan disímiles.

Y el mea culpa es que, me he dejado llevar con una rapidez asombrosa por la masa, me he arrastrado junto con cientos en la vorágine del trabajo y luego he caído en la rutina con una facilidad preocupante, me he mal acostumbrado a la seguridad, esa falsa sensación de seguridad que nosotros mismos creamos y de la cual dependemos. Me he llenado de "cosas" que "creía" necesitar. Y no hay más excusas, es hora de hacer algo.

"Y tengo ganas de hacer cosas, de cambiar las cosas" - le digo. Y él sonríe cómplice.

Pero le hago hincapié en que lo más importante, la esencia, no ha cambiado.
Y que si algún día llegara a cambiar y yo no me diera cuenta, por favor me golpee la cabeza contra la pared hasta que me haga reaccionar. Se ha largado a reír y me ha dicho: tienes razón, no has cambiado en nada, ¡sigues siendo la misma exagerada de siempre!


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